dimarts, de juliol 22, 2008

Pròleg

Buenos tiempos para la muerte, de Juanjo Sáez. El pròleg de Marc Piñol, que m'ha recordat ma germana en una entrada al seu Facebook, diu el següent:

"Mi tío Juan era un tipo estupendo. Uno de mis primeros recuerdos se remonta al día en que decidió llevarnos a la playa con su coche. Para nosotros no fue ninguna sorpresa que apareciera vestido con su inseparable camisa negra, sus no menos clásicos pantalones negros y un calzado ligero, algo atípico en él, que permitía vislumbrar unos finos calcetines negros de ejecutivo que a nadie con dos dedos de frente se le hubiera ocurrido llevarse cerca de la arena. La imagen de la arquetípica familia feliz disfrutando de un domingo de agosto se veía pervertida por la presencia de un cuarentón con gafas de cristal verde botella, fumándose un cigarrillo en su toalla sin la menor intención de desprenderse de su ropa. Fue la primera vez que percibí el orgullo del que se sabe distinto.

El día en que murió yo no debía tener más de ocho años. No me acuerdo de si lloré o no. Al día siguiente vino un pariente que vive relativamente lejos y nos llevó a mi hermano pequeño y a mí al acuario mientras mi familia se encargaba del papeleo. El día era tan resplandeciente que no me parecía nada respetuoso que alguien se hubiera muerto.

A la hora de comer fuimos a un chiringuito cerca de la playa de la Barceloneta y ese pariente nos dijo que al ser un día especial podíamos tomar lo que más nos apeteciera; mi hermano, que debía tener por entonces cuatro o cinco años, se pidió un Bitter Cinzano para beber; al rato ya andaba atontado. Yo me pedí esqueixada de bacalao con habas secas, algo que mi tío solía pedir los domingos a modo de entremés y que no he sabido de nadie a quien le guste excepto a nosotros dos.

Comerme ese plato, por muy tonto que pueda parecer, era mi manera de rendirle homenaje, de comprar una pequeña porción de su alma al único precio que podía permitirse un niño de mi edad. A medida que el bacalao me iba perforando las papilas gustativas, iba cayendo en la cuenta de que la muerte, a nivel estrictamente físico, no representa nada; el problema está en los que se quedan vivos; que, muy en el fondo, todos nacemos un poco muertos; y que, en definitiva, la muerte no es esa luz que todos esperan ver al final del túnel, sino el final de una luz que no se suele valorar mientras se tiene. Es algo que no he dejado de pensar desde entonces y que aún me quita el aliento, día y noche. Desde ese día, no se por qué razón, no he vuelto a comer bacalao con habas secas".